viernes, 21 de octubre de 2011

El curioso caso del smartdevices

Sin dudas hoy me dispongo a hablar del tema en boga... el smartdevices. Quizá alguno de ustedes se esté preguntando qué es un smartdevices... pues bien, no me miren a mí en busca de una respuesta porque no soy el más indicado para responder a tal pregunta…

De todas formas... la voy a responder. El smartdevices ha sido el mejor invento del hombre (thank you Steve for that one) para complicar un aparato simple y útil, y convertirlo en un objeto riesgoso y por el cual muchos ya han muerto.

Pero como en todo, hay que ir para atrás y empezar por el principio... Corría el año 1984 y yo nacía... creo que por esas fechas pasaron algunas otras cosas bien importantes, pero que no son relevantes para este texto. Al momento de mi nacimiento, existía en mi casa uno y solo un teléfono de línea. Este era un aparato enorme, rojo, incomodo para hablar, que tenía un cable muy corto que generaba problemas de columna y que para comunicarte con un teléfono de tan solo seis números, se requería un tiempo promedio de discado de siete minutos, treinta y seis segundos.

A ese teléfono lo odie desde el día en que nací, hasta el día que lo tire al piso y se destruyo. Pero más allá de esto último, todos éramos felices. Disculpen este pequeño paréntesis… pero quiero agregar un dato de mi realidad para que conozcan un poquito más de esta mente (enferma). Así como odié aquel teléfono rojo de disco que había en mi casa, muchos años después hice lo imposible por hacerme del teléfono rojo de disco de mi abuela, esta ya no lo necesitaba más, e incluso logré conectarlo a la línea de casa y utilizarlo por un tiempo… lo que es la vida, ¿no?

Pues bien, por muchos años de los primeros que me toco vivir tuve la suerte de visitar a menudo a unos tíos que vivían en el campo. La comunicación con ellos era de lo más divertida... era algo así, nosotros llamábamos a una central cerca del campo y les pasábamos un mensaje, luego ellos le transmitían ese mismo mensaje por radio vaya uno a saber cuánto tiempo después (a esto se lo conoce como llamada de teléfono asincrónica). Al tiempo de esto alguien inventaría el contestador y estos pobres amigos de la central quedarían sin empleo. ¡Hay como te extraño mi querido ‘atento 13’!

El mundo era simple… nosotros éramos simples. Nos maravillábamos ante el hecho de poder escuchar la voz de alguien que no estaba in situ con nosotros… nos dejaba contento poder hablar con aquellos que estaban perdidos en el medio de la nada, cuando en realidad no podíamos hablar… solo podíamos ‘mensajearlos’.

Un buen día el mundo cambio y llegaron los teléfonos con botones, los inalámbricos y las benditas llamadas en espera. Ya nada sería igual... ahora nos gustaba llamar... el teléfono era cómodo y podíamos hablar por horas sin sentir dolores de espalda u oídos. Que bella época...

Muchos creíamos en aquel momento que todo ya estaba dicho, que no habría nada más por inventar… pero Graham Bell debía estar riéndose de nosotros en su tumba (al tiempo que un tal Meatti se retorcía en la suya… es algo así… según escuché una vez en un programa de tv, un tano de nombre Meatti habría inventado el teléfono para comunicarse con su esposa parapléjica que se encontraba en otra planta de su casa y el buen señor Graham le habría robado el invento para convertirlo en el primer teléfono… ¿o fue la luz? Bue… en cualquier caso, al parecer este mal parido del Graham era de las peores porquerías que el mundo habría visto… porque robarse este invento en tales condiciones, realmente no da).

Aquellos que llegaron tarde a la clase de historia o que han vivido en una burbuja se deben estar preguntando ¿Y qué paso? ¿Se inventó algo más después del teléfono inalámbrico y los walkie talkies? A ustedes les digo, que en base al título del presente texto, su pregunta es bastante chota por lo que no voy a responderla.

Pero sí… llegaron nuevas invenciones… algunas llegaron para irse rápidamente como el Bip-Bip radiomensaje, un invento que no puedo creer que le haya servido a más de un puñado de personas ya que verdaderamente era el summun de la impotencia. Nunca tuve uno, pero solo puedo imaginarme que me llegara un Bip-Bip radiomensaje que dijera algo como “Halcón… no sabes de lo que me enteré. Si logras responderme esto con tu bip-bip te cuento”. Si, lo sé… ustedes me dirán que es bastante infantil mi ejemplo… pero fue lo mejor que se me ocurrió. También me dirán que ni eso podría haberse escrito porque seguro que el mensaje tenía que ser más corto que un telegrama.

También tuvimos la suerte de conocer un invento, cuyo inventor debe estar reposando en el fondo del océano con la sirena Ariel (¿se imaginan a la Sirenita de vieja?), que fue el infame celular para auto. Un aparato que de por sí era más grande que el teléfono rojo de disco y que, todo bien ¿no?, pero si el inventor lo hubiera pensado un poco se habría dado cuenta que con un poquito más de esfuerzo hubiera logrado algo que se pareciera a un teléfono personal.

Pero evidentemente un día apareció aquello que ese señor no supo prever… un aparato que servía para comunicarse telefónicamente y que uno podía llevar consigo (si era capaz de cargar las tres toneladas promedio que pesaban). Era un aparato que evidentemente estaba construido en base al plomo y que no había sido creado para llevar oculto. Para ser más claro, gracias a dios en aquella época los robos no eran tan comunes como ahora, porque de otra forma no habría sido un invento que perdurara.

Estos primeros teléfonos celulares eran de lo más tierno… el botón de función (de existir) era una mentira pública. Honestamente la única función que tenían era la de comenzar una llamada y la de finalizarla. Sonaban de una forma o no sonaban. Si tu idea era llamar a un teléfono con más de 9 dígitos, seguramente no pudieras hacerlo. Pero eran mágicos… lograban aquello que había sido el sueño de los espías de antaño, trajeron vida a las fantasías de aquellos que hace mucho imaginaron el futuro.

También es cierto que se dijo que prácticamente estos aparatos contagiaban enfermedades y nos hacían más tarados… pero lo mismo se dijo de la televisión y la radio… y ¿cuánta razón tuvieron los loquitos que dijeron esas tonterías? Sí, de acuerdo, tuvieron toda la razón y ahora somos mucho más tontos de lo que éramos antes, pero ta… no se… como que el celular no me parece algo que nos vaya a hacer tanto daño.

Mi viejo compro su primer celular cuando yo era aún chico... y más o menos significaba que eras alguien importante (razón por la cual nunca entendí por qué mi viejo tuvo uno… asumo que quería aparentar para los demás… no sé). La gente común le tenía miedo a estos aparatos... Pero, ¡qué útil que eran! Poder llamar y recibir llamadas en cualquier lado... cualquier lado que estuviera a 20 metros a la redonda de una de las 15 torres de telefonía celular con las que contaba el país.

Creo que allí todo era perfecto… el servicio era único y malo… si comprábamos un celular no teníamos que decidir entre muchísimos planes con muchísimas diferencias. Era como un McDonald’s donde solo venden la cuarto de libra con queso… un lugar cuasi perfecto. A su vez ese único servicio que teníamos era muy malo… funcionaba tan solo en algunos puntos del país, por lo que no era nada confiable. Esto significa que no había forma que ellos se apoderaran de nuestras vidas…

Pero el ser humano no aprende de sus errores y siguió avanzando… y todo fue para peor… todo. El mundo volvió a cambiar… la famosa ‘área de cobertura’ pasó a ser evidentemente una zona extensa por lo que uno podía confiar en estar siempre conectado. Así nació una de la más grande de las mentiras… que estar conectado es estar.

Confiar… hubo una época en la que solo confiábamos en nuestros iguales para transmitir un mensaje… una época donde el mensajero se hacía responsable por sus palabras… el mundo cambió… ¿vamos a mandar al cadalso a un aparato? Que folclórico sería eso…

Y sucedió… llegó un nuevo invento para esos aparatitos, el señor Sms. Hubo una época en la que sabía que significaba ese sms (que leído queda re divertido ese ese eme ese)… pero ya no lo sé. Recuerdo la primera vez que mi viejo recibió un sms en su celular… el aparato era de lo más simpático en ese momento, tenía veinte ringtones (ya se empezaba a ver el problema que realmente traían aparejados los celulares), tenía memoria para almacenar muchos números de teléfono (la pérdida de memoria a corto plazo no tardó en llegar… típica conversación actual “A: ¿Me pasas tu número?”, “B: Sí, como no… es… ehm… 555-4321”… “A: 555… pah… cómo dijiste”… en otra época nos decían 32 dígitos del número pi y lo podíamos recordar sin problemas). ¡También tenía juegos! Juegos señores… en la palma de tu mano… parecido a las maquinitas que antes podíamos comprar con el tetris… pero con la diferencia que en vez de piezas para encastrar tenías una viborita y también el temita menor que de podías hacer y recibir llamadas. Y lo mejor de todo… podía recibir ese eme eses… recibir… no enviar. Quizá atrás de esta compañía estaba el creador del Bip-Bip radiomensaje que seguía creyendo que la comunicación de una sola vía iba a servir en algún momento… pobrecito…

Pero aún teníamos salvación… los ese eme eses eran una especie que parecía en extinción… era muy caótico todo. Nadie sabía exactamente cuánto valía mandar uno, tampoco confiábamos en que estos mensajes llegaran y quizá tampoco confiáramos en que el receptor del mensaje supiera leerlos (ya sea por analfabeta o por inútil con la tecnología). Pero acá, en este punto de la historia es cuando el pequeño monstruo se hace grande y esa corporación malvada llamada “Á” aprovecha el momento y sume a este pueblo en una absoluta oscuridad.

Ser joven pasó a ser un beneficio y todos querían serlo… teníamos veintiocho formas distintas de tener un celular, ya no importaba tanto cuanto pagabas sino cuantos minutos hablabas. Los ese eme eses pasaron a ser muy baratos, ahora existía el ‘prepago’. Aparecieron miles de celulares que le dieron color y vida al mundo con sus alegres tonadas. Ya todo estaba perdido… aquellos que confiábamos que el ser humano iba a entender de qué iba el mundo, abandonamos el camino y ‘tiramos la toalla’… ya lo predijeron los mayas…

Y pasó lo peor que podía pasar… aceptamos los celulares como una máquina confiable que siempre iba a estar disponible para nosotros… siempre. Ya no escuchábamos el viejo y querido “el celular al que usted llama está apagado o fuera del área de cobertura”. Ahora para no aceptar el pésimo servicio brindado agregaron el correo de voz (que como recuerdan de más arriba fue la forma en la que muchas personas perdieron sus empleos… jefes de familia que quedaron en la calle), que fue la forma de no escuchar más esa grabación insoportable y en cambio quedar confundidos entre preguntas de “¿Se habrá muerto?” o “¿Estará en un telo con el celular apagado?” o “Será que sigue habiendo un área de cobertura?”.

Siempre me sonó a una torta el tema del área de cobertura…

Pero, ¿por qué les digo que el problema es la confianza? Hace 20 años, cuando alguien salía, simplemente lo hacía. Quizá el mundo era un lugar más seguro o quizá éramos más inocentes, pero no nos preocupaba estar siempre comunicados, que el mundo supiera minuto a minuto dónde estábamos. Luego conocimos la telefonía móvil y empezamos a cambiar… y la mayoría del mundo pasó a ser dependiente de su celular. Y justamente… no hay cosa que le guste más a lo celulares que fallarnos.


No mucho pareció suceder en un buen tiempo… todo aparentaba estar calmo. Las nuevas versiones del juego de la viborita no tenían sentido y eran descartadas… los celulares habían llegado a un tamaño mínimo y parecía que nada los iba a cambiar. Los nuevos servicios que se ofrecían morían en el ostracismo del abandono… había equilibrio… nunca habría de recuperarse el status quo, pero algo era algo.

Hasta que a alguien (y por respeto al recientemente fallecido lo voy a decir con el mayor de los respeto) se le ocurrió que estos aparatos no eran suficientemente inteligentes. Y dijo “¿y si creo un smartdevices?”…

Y ahí empezó la nueva era dentro de la ya comenzada nueva era… y  mucha gente habría de morir, pero no me quiero adelantar a los hechos. Empezaron a aparecer n mil dispositivos con pantallas enormes y táctiles… ¡pantallas táctiles! Aparecían nuevas funcionalidades, bastante increíbles de tener en la mano, como el ‘Wi-Fi’ y el ‘GPS’… ahora contábamos con nuevas aplicaciones para poder levantar en los bailes… aplicaciones como la del encendedor Zippo, ¡que simula hasta el sonido del mismo! O al gato parlante, que graba lo que decís y después lo dice con una voz mucho más aguda (y si esto no es tecnología aplicada al saber, díganme ustedes qué lo es), y un mundo infinito de maravillas.

Ahora podíamos subir toda nuestra vida a la maravillosa nube de la red y así sincronizar nuestras tabletas, celulares y computadoras (la personal y la del trabajo) para que toda nuestra vida esté donde nosotros estemos y que nada quede afuera.

Esto último hace que me pregunte algo… ¿algo de nuestra vida podría quedar afuera si no lo subimos a la red o no lo compartimos virtualmente? ¿Cuándo fue que la Matrix se hizo realidad y aceptamos el hecho de que prácticamente las computadoras controlan cuándo respiramos?

Este texto viene siendo demasiado extenso, así que voy a dejar el tema de los muertos a causa de los celulares por fuera, así como a otro mundo de cosas que podría comentar. Pero si me dejan decirle algo más, sería esto… ¿Cuándo fue la última vez que subiste al ómnibus y no había una señora, que evidentemente no entiende cómo funcionan los teléfonos, a los gritos por su celular? ¿Cuándo fue la última vez que caminaste por la calle y una música bien desagradable no salía de las manos de algún ser nefasto?

Es muy probable que la mayoría de ustedes me esté leyendo desde su smartdevices y es igual de probable que vuestras vidas existan actualmente dentro de un aparato de estos. Porque es imposible quedar fuera del sistema… y si lo estás hoy, probablemente no lo estés en muy poco tiempo. Ya no hay nada que no se pueda hacer dentro de estos gadgets… nada… bueno… sí… una cosita nomás… vivir… así que acordate de hacerlo.

Sds.
       Halcón.

-----------------------------------------
Sent from my Samsung Galaxy S

martes, 11 de octubre de 2011

Quisiera ser un pez

Perdón Juan Luis que te cite en mi nuevo texto… pero me pintó hablar sobre un tema hoy y ta… te me viniste a la mente. Ahora… ya que te cité… “Quisiera ser un pez para tocar mi nariz en tu pecera”… soy un loco al que le gustan las licencias literarias, pero hasta ahí… digo… una licencia típica… un par de semanas, tirando a un mes… no una licencia de tres meses sin goce de sueldo… que fue la licencia que te tomaste acá. ‘En tu pecera’… qué será, me pregunto. “…y hacer burbujas de amor por donde quiera, pasar la noche en vela, mojado en ti…”. Creo que un ‘sin palabras total´ es lo único que aplica a esta frase.

De todas formas mi idea no era hablarles de Juan Luis o de su canción, ni tampoco de sus vacaciones… como siempre mi idea era hablarles de mí. Que les cuento que hace unos meses decidí hacer un poquito de deporte, ya que venía medio parado, y me anoté en el club del barrio. Como el mismo abre los siete días de la semana, mi idea era poder ir al menos tres veces por semana y listo… Jean Claude Van Damme un poroto al lado mío.

Bien… como todos ustedes saben (probablemente ustedes sean tan solo mis papis, una vez más)… este año me la he pasado en otro país… lo que hace que mi decisión de inscribirme en un club sea un tanto tonta (¡que lindas que quedan estas dos palabras juntas!), si bien donar plata a una institución sin fines de lucro siempre es algo de buena gente.

Pero ta… cuestión que me anoté, pagué tres cuotas… y entre los tres meses sumo de dos a cuatro horas dentro del mismo. Como pueden ver… ya de pique arranqué mal, porque si me hubiese anotado en algún club del otro país, seguro que sería Jean Claude. Igual siempre he sido así, por lo que no voy a cambiar ahora.

En realidad, esta situación me tenía sin cuidado. He ido muy poco al club, pero el hecho de hacer el esfuerzo e ir me dejaba más que contento. El problema no fue en sí el pago excesivo de algo que no uso, o la falta de tiempo o cualquier otra cosa que se puedan imaginar ustedes… el problema, lo que no me dejó muy contento, fue lo que hice ahí dentro.

Nuevamente no es lo que se imaginan… simplemente sucede que evidentemente me llegaron los años, y lo que creía poder hacer ya no se condice con lo que efectivamente puedo hacer. Empecemos por lo más simple… intenté ir a la sala de musculación. Digo intenté, porque pese a haber entrado en un par de ocasiones, creo que no cuentan. Correr en la cinta por quince minutos sintiendo que la vida se me escapa o dar lástima haciendo un par de lagartijas y abdominales es medio penoso.

Así que bueno… por un lado di pena en la sala de musculación. Por otro, no llegué a entrar en ninguna de las canchas de basket, ya que al no estar estas nunca vacías y que mi nivel en ese deporte es demasiado bajo, la vergüenza iba a escalar a alturas jamás alcanzadas por esta persona (que ha alcanzado alturas inimaginables en esta materia).

Así que bueno… lo único que me restaba era el plato fuerte… la razón por la que quería volver a estar en un club… la piscina. Aquí no temía… de chico mis padres me decían que era un pez en el agua, cosa que se confirmó en mi paso por la YMCA (¿esta sigla representa la institución a la que yo iba?).

Aquí hago un paréntesis que se me está ocurriendo en este momento… ¿será que mis padres me decían eso de la misma forma que siempre me han dicho que soy inteligente, lindo y buena persona? Nah… supongo que esta vez no me estaban mintiendo.

Cuestión que me largué al agua… luego de un gran esfuerzo lo tenía todo: un short de baño que no me gustaba, pero que al no haber otro se podía utilizar, de los mejores lentes de agua que han existido (añejados por los años de inactividad) y un candado oxidado. Si… estoy de acuerdo que tenía que salir a comprar artículos para mi nueva vida deportiva… pero era sábado, eran las tres de la tarde… y quería empezar esa vida mencionada hace instantes.

Partí para el club… fue de esos momentos en los que sabes que nada puede salirte mal (que conociéndome es justamente cuando todo me sale pésimo… no mal). Llegué al club… luego de algún que otro problema en la puerta, ingresé al vestuario. Vacío… una alegría… no quería que mi peripecia por las aguas fuera vista por mucha gente. Bue… no vacío… estaba lleno de cucarachas como siempre y, supongo que en las noches, de ratas.

Elegí mi locker y me cambié, luego guardé todas mis cosas y me dispuse a leer todos los carteles con las reglas para poder ir a la piscina. Ah, si… me olvidé… por suerte había conseguido una de esas gorras para piscina que logran que al ponértelas te sientas muy mal contigo mismo. Ahora sí, me puse a leer todos los carteles y unos 45 minutos más tarde tenía una idea clara de qué tenía que hacer.

Che, una cosa… ahora hacer piscina en un club es casi lo mismo que estudiar ingeniería nuclear… es más, diría que existe casi la misma cantidad de documentos a leer.

Entré a ducharme y noté algo muy peculiar de mi short de baño. Si bien no era otra cosa que un short de baño, debía estar hecho para gente que le agrada mucho exhibirse… ya que al mojarse mostraba uno de los pocos secretos que me van quedando.

Decidí no preocuparme… no habría mucha gente, así que si me apresuraba a entrar en la piscina, nadie notaría mi casi desnudez. Y así lo hice… corrí casi sin tropezarme y me posicioné en el andarivel que leía “piscina libre”. Como dije antes… no había mucha gente, la mayor parte de mis compañeros de agua eran unos viejitos alegres en su clase para viejos… clase a la que ya estoy haciendo los trámites para poder integrar (no me querían aceptar ya que hay que estar mejor físicamente para poder acceder a tan selecto grupo).

Y patapun… me metí en el agua… ta… no fue tan patapun, sino más bien que bajé escalón por escalón. No quería zambullirme de ninguna forma ya que el short no me daba ningún tipo de confianza (la poca que le tenía se desvaneció cuando note que un short para el agua se hace transparente al tocar el agua… sabe Dios que otros secretos se tenía guardado).

Como no quería dañar mis ya no videntes ojos, decidí colocarme los lentes de agua que he amado por tantos años. Extraño que ellos también decidieran fallarme y se deshicieran en mis manos al intentar ponérmelos. Nuevamente opté por no preocuparme mucho… ya me compraría un candado nuevo, un short de baño nuevo, unos lentes de agua nuevos, y todas las cosas que se necesitaran para poder ser un gran nadador.

Como mi último recuerdo de nadador había acaecido unos 14 años atrás, opté por seguir mis instintos y largarme a nadar como en aquellos momentos. Así como el short y mis lentes de agua, mi instinto también me falló y a la segunda pileta que nadé ya tenía muchísimas ganas de salir corriendo… cosa que no podría lograr de forma literal ya que me estaban fallando las piernas y los brazos.

Asumí que todo esto se había dado por la conocida ‘suerte de principiante’ que en este caso era mala suerte… pero suerte al fin. Así que opté por pensar que con todos los accesorios nuevos y el descanso necesario, mi segunda visita a la pileta sería mucho más agradable.

Como todos imaginarán la situación no ha mejorado… es más, creo que ha empeorado. Quizá porque yo pierdo motricidad por el estrés del día a día, quizá porque nadar no es como andar en bicicleta, o vaya uno a saber por qué… cada día es peor. Hoy por ejemplo estuve unos 25 minutos ‘nadando’.

Y qué decir de esos veinticinco minutos… quizá que debería pagar una sobre cuota por la cantidad de agua de la piscina que me llevé en mi estómago. O quizá que antes de ir a nadar debería pasar por alguno de esos doctores que puede lograr que me mueva como busco hacerlo y no de la forma nefasta en que lo hago… ¿son los foniatras?

No se… lo que si se es que ahora no puedo hacer brazadas y respirar al mismo tiempo, así que lo que tengo que hacer es dar dos brazadas, frenar, respirar, sacarle el agua a los lentes (ah, si… gasté mucha plata en mis lentes nuevos y son una porquería), dar dos brazadas más, respirar de nuevo, escupir el agua que tragué por dar tantas brazadas seguidas, y así los 50 metros de la piscina… totalmente indigno.

Pero bueno… como dicen ‘persevera nadando y triunfarás en el intento de morir ahogado, sin que cuente como suicidio ya que no está bien visto’. Así que como dije al principio, quisiera ser un pez, no para mojar mi nariz en la pecera de nadie… ya que no llego a comprender qué sería mi nariz y qué la pecera y me da un poco de miedo decir eso ligeramente… pero sí me gustaría ser un pez, o bien para respirar bien en el agua o al menos para no atorarme con el agua de la pecera.

Ta… por algo es que soy un halcón, ¿no?

Gavilán.